Etimológicamente, comunicación deriva del
latín cummunis: poner en común algo con
otro. Y cummunis proviene del griego koinoonia,
que significa a la vez comunicación y comunidad; es decir,
existe una estrecha relación entre comunicarse y estar en
comunidad. Es el mismo origen de comunidad, de comunión;
expresa algo que se comparte: que se tiene o se vive en
común. Comunicación es común unión.
Estamos en comunidad porque antes hemos puesto algo en
común a través de la comunicación; cuando
nos comunicamos, nos relacionamos con los demás y somos
escuchados en condiciones de igualdad. La comunicación no
es un simple agregado a la convivencia, sino un hecho realmente
esencial, intrínseco a la esencia misma del hombre como
ser social.
En este sentido, comunicación es diálogo,
intercambio; relación de compartir, de hallarse en
correspondencia, en reciprocidad. Es a través del proceso
de intercambio como los seres humanos establecen relaciones entre
sí y pasan de la existencia individual aislada a la
existencia comunitaria. CONSIDERACIONES ENTORNO DE LA
COMUNICACIÓN
Consideremos por un instante la palabra
"comunicación". Su raíz está
relacionada con la palabra "común"; hablamos de
una comunidad cuando la gente tiene algo en común. La
comunicación es un esfuerzo por parte del hombre tendiendo
a compartir algo con alguien: su saber, sus decisiones, sus
sentimientos… Sólo logra su objeto cuando este
esfuerzo da como resultado un algo común, como algo de
conocimiento que ambas personas tienen en
común.
Ahora bien, cuando hay ambigüedad
(imprecisión) en la comunicación, todo lo que hay
en común son las palabras habladas o escritas que otro oye
o lee. Mientras continúe la ambigüedad no hay
significado en común entre hablante y oyente. Para que la
comunicación sea completa es necesario, por consiguiente,
que las dos partes usen las mismas palabras con los mismos
significados.
La comunicación es relación comunitaria
mediante la emisión y recepción de palabras,
frases, expresiones, ideas o mensajes entre interlocutores
válidos y recíprocos, y constituye un factor
esencial de la convivencia y un elemento determinante de nuestra
sociabilidad. Es un proceso a través del cual entramos en
cooperación mental con los demás hasta alcanzar una
conciencia común. Es un proceso de interacción
democrática, basada en el intercambio de signos, por el
cual nosotros compartimos experiencias bajo condiciones libres e
igualitarias de acceso, diálogo y participación. La
comunicación, además de estar dada por un emisor y
un receptor, se realiza entre dos o más personas o
comunidades humanas que intercambian y comparten experiencias,
conocimientos, sentimientos…
La comunicación es el fundamento de la comunidad.
Es una categoría básica de relación y uno de
los modos de estar con los demás. Comunicación
equivale a comunidad, y ésta es una relación
recíproca entre interlocutores: auténtica
relación entre iguales. Únicamente hay verdadera
comunicación cuando se da una auténtica
acción recíproca entre emisor y receptor, hablante
y oyente o agente y paciente, es decir, interlocutores que emiten
y reciben en condiciones de igualdad.
La comunicación, como proceso de
interacción social-democrático, basada en el
intercambio de signos, por el cual los seres humanos comparten
voluntariamente experiencias bajo condiciones libres e
igualitarias de acceso, diálogo y participación,
debe ser coherente y dar participación al "otro", al
interlocutor. La comunicación debe propender por la
apertura de espacios amplios de participación y de
interacción colectiva, que permitan que el "otro" se
exprese libremente, opine, critique, discrepe, disienta,
controvierta y refute nuestros puntos de vista.
Solamente existe una relación genuina de
comunicación cuando interactúan interlocutores que
hablan y escuchan sin el ánimo de imponerse o de
manipular, cuando se da un proceso de elaboración y
comprensión mental de los mensajes, y cuando se producen
efectos de convivencia y una situación de auténtica
reciprocidad entre las personas que dialogan.
Entendiendo que a medida que permitamos que los
demás se expresen, participen y confronten la realidad, de
acuerdo con su forma de percibirla, interpretarla y vivirla,
estaremos posibilitando un mejor entendimiento. Escuchar a las
personas que piensan distinto no implica que debamos
necesariamente cambiar de opinión, simplemente escuchar:
dejar entrar la información, y luego decidir. El mundo
caminará hacia un auténtico personalismo en el
momento en el cual seamos capaces de reconocer al otro como
persona, y esto implica reconocerlo como ser de posibilidades.LA
DIFERENCIA ENTRE OÍR Y ESCUCHAR
A menudo tendemos a confundir oír con escuchar.
Entre estas dos palabras hay significativas diferencias. Se puede
oír sin escuchar, lo mismo que se puede ver sin mirar.
Oír es percibir sonidos, reaccionar mecánicamente
ante estímulos sonoros. Escuchar es una operación
auditiva intencional, es decir, aplicación consciente del
oído, característica del ser racional, para captar
y comprender el estímulo sonoro. Si somos conscientes de
esta diferencia, nos será más fácil
posibilitar la verdadera comunicación para entender
coherentemente al otro.EL COLOQUIO, UNA FORMA DE
COMUNICACIÓN
A través del coloquio, plática o
diálogo el hablante puede transmitir sus ideas y comunicar
su mensaje o mensajes al receptor. Y también, quienes
participan en un coloquio, pueden compartir sus pensamientos,
discrepar, coincidir y, en suma, conocer a los restantes
interlocutores. Desde este punto de vista, el coloquio ha sido
considerado como un método eficaz para la práctica
de la tolerancia y como una escuela del
comportamiento.
El coloquio es una garantía de
comunicación, pues el término coloquio equivale a
conversar y conferenciar. El diccionario de la Real Academia
Española define el coloquio, en su primera
acepción, como la conferencia o plática entre dos o
más personas; y en su segunda acepción, considera
al coloquio como una composición literaria, prosaica o
poética, en forma de diálogo.
La comunicación mediante el coloquio exige unos
determinados supuestos o requisitos previos. En primer lugar y
más concretamente al hablar del origen del lenguaje,
precisamente fue gracias a la comunicación por lo que
surgió el mensaje. Luego, en definitiva, el fin principal
del lenguaje no es otro más que la comunicación, y
para que haya comunicación es necesario que se realice la
emisión de un mensaje y que, a su vez, ese mensaje sea
recibido por un interlocutor distinto de quien ha enviado el
mensaje.
En consecuencia, el coloquio surge de la
combinación entre el mensaje que envía el hablante
al oyente y la respuesta que el receptor se verá obligado
a elaborar para replicar a su interlocutor. Por consiguiente,
habrá coloquio cuando haya transmisión de un
mensaje y siempre que dicho mensaje esté cargado de
contenido; pues, podría suceder que un interlocutor
emitiera palabras sin sentido, esto es, con significado ambiguo o
ininteligibles, con lo cual no se cumpliría el principal
requisito de la comunicación que consiste en la
transmisión de mensajes; pero, como es obvio, sin
contenido no hay mensaje. Y esto es así porque una de las
características primordiales del mensaje es su
efectividad; y la efectividad queda demostrada exclusivamente
cuando el receptor haya comprendido o captado el mensaje enviado
por el emisor.
Y así, el esquema universal que ilustra la
estructura simplísima del coloquio, y que mostrará
esta interacción necesaria entre mensaje y
comunicación, lo cual hará posible que se lleve a
cabo un verdadero coloquio, sería como sigue:
Emisión + Recepción + Réplica =
Coloquio
Conforme a todo lo anterior, se puede afirmar que entre
hablante y oyente debe establecerse una comunicación mutua
a fin de que el coloquio funcione, lo cual sólo es posible
si se cumplen los tres estadios del citado esquema universal,
esto es, que el hablante emita un mensaje que debe ser captado y
comprendido por el oyente quien, a su vez, responderá y
argumentará como lo considere conveniente y, de este modo,
ya puede afirmarse que se produce la réplica; con lo que,
definitivamente, se cerrará el círculo y se
desarrollará el coloquio.
Además del mensaje y de la efectividad inherentes
al coloquio, y teniendo presente que para su funcionamiento es
necesario que se lleve a la práctica el esquema universal
indicado anteriormente, conviene también enumerar los tres
elementos principales del coloquio, a saber: interlocutores,
situación y contexto.
1. Interlocutores
Puesto que en el coloquio se usa la lengua como
herramienta de comunicación y la lengua es un sistema de
signos, resultará que, para que se efectúe la
comunicación por medio del coloquio es necesario que los
interlocutores manejen y usen el mismo código. Los
interlocutores no cuentan únicamente con este
código estrictamente lingüístico, sino que
también pueden recurrir a otras formas de
comunicación calificadas por los estudiosos del lenguaje
como circunstancias extralingüísticas, a las que
pertenecerían, por ejemplo, cualquier clase de
ademán, gesto o amago mímico,
etcétera.
No obstante, lo propio es que los interlocutores sean
personas y, como tal, proyecten en el coloquio su modo de ser y
su actitud. De ahí que los interlocutores, cuando
participan en el coloquio como emisores, lo hagan en primera
persona; y cuando participan en el coloquio como receptores, lo
hagan utilizando la segunda persona.
De este modo, en el coloquio se fomentarán el
diálogo y la convivencia. Y las personas que participan en
el coloquio se enfrentarán, como interlocutores que son,
por medio del diálogo:
En un posible léxico coloquial sería
forzoso registrar los modismos, las fórmulas de
cortesía, los juramentos y términos de
bendición o maldición.
La entonación y el ritmo de la prosa hablada
serían otro elemento determinante del diálogo. Los
diálogos deben ser auténticos, no inventados o
supuestos. La invención sería contraproducente, por
muy verídica que la suponga. Tampoco son de resultados
positivos las encuestas, que carecen de espontaneidad. Todo
diálogo debe llevar su contexto y su situación. El
diálogo familiar es una síntesis viva de muchas
cosas. El lenguaje escrito que más se parece al habla de
la calle y del coloquio amistoso es el que empleamos en nuestras
cartas familiares.
2. La situación
Como sabemos, el coloquio siempre se realiza en un
determinado lugar, esto es, dentro de un contorno que les resulta
familiar a los interlocutores o que, por el contrario, ni
siquiera conocen.
La situación incluye el contorno físico
siempre que influya en el coloquio, las incidencias de la
acción que se desarrolla al alcance de los interlocutores
y siempre que influyan en el diálogo (cuando hablamos y
pasa un amigo haciéndonos cambiar el tema de la
conversación). También hay que contar con un
contorno conocido por los interlocutores aunque no sea
inmediatamente percibido por ellos.
La situación es importante, ya que no sólo
están en ella los interlocutores sino también los
objetos que a menudo sirven de referencia o contexto situacional.
Por otra parte cada situación determina de manera muy
importante el contenido, es decir la naturaleza de los mensajes
en el coloquio.
2. Contexto
Respecto al contexto cabe decir que implica referencia,
y así, el emisor señala a una persona cercana, que
se encuentra en el mismo lugar del coloquio, y dice este
señor es un conocido o esta señora asiste a menudo
a nuestros coloquios. De por sí, el coloquio no lo forma
un grupo homogéneo de personas sino que en él
participan interlocutores de todas clases, que se diferencian por
su condición social, profesión, edad,
cultura…; de ahí la riqueza del contexto y el
"proceso nivelador" que iguala y unifica los criterios de los
distintos interlocutores.
La
comunicación y el derecho a ser
diferentes
Un aspecto clave de la comunicación
auténtica es el respeto por las diferencias; en este
aspecto radica el éxito de la comunicación, porque
si reconocemos que los demás son diferentes a nosotros,
estaremos abiertos a aceptar opiniones y puntos de vista que
difieren de nuestra forma de comprender la realidad, permitiendo
que los demás se expresen libremente.
Leo Buscaglia en El arte de ser persona
señala que tenemos el derecho de escoger nuestro propio
yo, aunque ese yo sea diferente del yo de los demás.
Tenemos el derecho a sentir lo que sentimos, aunque esos
sentimientos sean desaprobados por los demás. Sólo
a través de una sana relación con los otros se
puede estructurar la personalidad autónoma y
auténtica de cada uno de nosotros. Esto no significa que
tenemos el derecho a imponernos a los "otros" más de lo
que deseamos que los demás se nos impongan. Significa que
tenemos el derecho de decidir, de desarrollarnos y de vivir
congruentemente con nosotros mismos y de compartir sin
justificación.
Entender al "otro" implica reconocerlo, tolerarlo y
aceptarlo como es; sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea
como nosotros, que piense y actúe como nosotros. El otro,
por ser diferente puede ser complemento o quizás mi
opositor, pero nunca mi enemigo. No existen enemigos; existen
opositores con los cuales puedo acordar reglas para resolver las
diferencias y los conflictos, y luchar juntos por la vida.
Es importante aprender a valorar la diferencia como una ventaja
que me permite ver y compartir otros modos de pensar, de sentir y
de actuar. Hay que valorar la vida del otro como mi propia
vida.La autoafirmación se puede definir como el
reconocimiento que le dan los otros a mi forma de ver, de sentir
e interpretar el mundo. Yo me afirmo cuando el otro me reconoce y
el otro se afirma con mi reconocimiento. Todo acto de
comunicación busca transmitir un sentido, una forma de ver
el mundo, que se espera sea reconocida por los otros. La primera
función de la comunicación es la búsqueda de
reconocimiento, por eso el rechazo a la comunicación del
otro produce hostilidad y afecta su autoestima.Quien sabe
comunicarse consigo mismo, sabe comunicarse con los demás.
Porque quien no se oye a sí mismo no puede oír
a los demás. Tendremos la impresión de
escucharlos, pero no de oírlos verdaderamente. No basta
con escuchar al "otro", también hay que entenderlo. Los
demás son esenciales en la relación de
comunicación; si vemos al otro como persona, le estaremos
reconociendo su igualdad. No esperemos que nadie sea perfecto. La
otra persona tiene derecho a ser diferente. Uno de los sellos
de la madurez es reconocer la validez de múltiples
realidades, y entender que la gente piensa, siente y reacciona de
diferentes maneras. La única persona a la que podemos
cambiar y controlar es a nosotros mismos. No seamos reformadores.
Vivamos y dejemos vivir. La comunicación es tan
trascendental en nuestra existencia, que el secreto de vivir
está en el saber comunicarse con los demás, en
saber relacionarse con los demás. En este sentido
sería bueno reflexionar sobre lo que nos dice Michele,
citada por Buscaglia:
"Mi felicidad soy yo, no tú. No solamente
porque tú puedes ser temporal, sino también porque
tú quieres que sea lo que no soy. No puedo ser feliz
cuando cambio meramente para satisfacer tu egoísmo; ni me
puedo sentir contenta cuando me criticas por no pensar tus
pensamientos o por no ver como tú. Me llamas rebelde, pero
cada vez que he rechazado tus creencias, te has rebelado contra
las mías. Yo no trato de moldear tu mente, sé que
tratas con firmeza de ser sólo tú y no puedo
permitir que me digas lo que debo ser porque me concentro en ser
yo".
Según el investigador Nicolás Buenaventura
y el filósofo Estanislao Zuleta, el derecho a ser
distinto, esencia del humanismo moderno, es la síntesis de
todos los derechos humanos, que giran alrededor del derecho a
ser distinto. El reconocimiento de la diferencia, del ser
otro, de ser tolerante, es el derecho que impera sobre los
demás derechos. Opinar es el derecho a ser distinto. La
privacidad, ser minoría o tener derecho a la vida, es el
derecho a ser distinto.
En la ética humana, en la ética del amor,
es imperativo respetar la diferencia, la opinión, la
actitud y la actividad contraria de buena manera, ser tolerante,
reconocer al otro como un ser distinto. El respeto por la
diferencia implica respetar la libertad de cada uno, sus
linderos, su pensamiento, sus palabras, sus ideas, sus gustos,
sus vicios y sus virtudes, en fin, su particular estilo de vida,
su peculiar ser como una totalidad.
Es necesario amar, apasionarse, interesarse e intrigarse
por la diferencia. No basta con aceptar y respetar al otro como
ser distinto, hay que aceptar que nos gusta, que nos atrae, que
nos enamoramos de la diferencia. Con el encuentro de las
relaciones sociales y sociables se busca trascender la
ética del deber por la ética del amor.
Aceptar la diferencia implica aprender a escuchar al
otro, palabra a palabra, e interiorizar su discurso, como el
único regalo que damos al otro. La opinión
contraria merece mi interés, mi respeto, mi amor, mi
apropiación. El mismísimo Aristóteles,
antaño, planteaba en La política que el
Estado no sólo se componía de cierto número
de individuos, sino que se conformaba "también de
individuos específicamente diferentes", porque los
elementos que la conformaban no eran semejantes. "La unidad
sólo puede resultar de elementos de diversa especie, y
así la reciprocidad en la igualdad… es la
relación necesaria entre individuos libres o
iguales…"
La diferencia exige oír las palabras y los
silencios del otro, de mi interlocutor, en procura de facilitar,
promover y posibilitar el diálogo de éste que busca
luces para proseguir o esclarecer sus ideas. Oír a los
demás es oírse a sí mismo. El arte de saber
oír equivale al arte de amar. En este sentido hay que
demostrar entusiasmo ingenuo y apasionamiento espontáneo
por lo distinto, por la diferencia. Las relaciones de tolerancia
y respeto mutuo llevan de la ética del deber a la
ética del amor.
En este sentido hay que tener en cuenta el punto de
vista del filósofo Estanislao Zuleta porque identifica
democracia con el derecho a la diferencia, "la esencia misma del
humanismo moderno" y no reconoce la democracia como el gobierno
de la mayoría, sino como el derecho del individuo a
diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y vivir
distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia. La
UNESCO declaró que "todos los individuos tienen
el derecho a ser diferentes, a considerarse diferentes y a ser
considerados como tales". El mismo Voltaire, desde el siglo
XVIII, nos invitaba a la práctica de la tolerancia, porque
no hay ninguna ventaja en perseguir a aquellos que no son de
nuestra opinión y en hacernos odiar de ellos. Ésta,
como actitud y comportamiento, individual, social o
institucional, caracterizado por la consciente permisividad hacia
los pensamientos y acciones de otros individuos, sociedades o
instituciones, se relaciona estrechamente con la democracia y la
libertad. Tolerancia es respeto sincero y efectivo de las
creencias y opiniones de los demás. Las conductas
intolerantes son un ataque a la intimidad e identidad de los
otros, y constituyen una grave lesión al derecho a ser
diferentes. La tolerancia está ligada con la libertad y la
responsabilidad. "Vivir en una democracia moderna quiere decir
convivir con costumbres y comportamientos que uno desaprueba"
(Política para Amador, de Fernando Savater). El
gran humanista Erasmo de Rótterdam, ya desde el
Renacimiento, nos alertaba sobre la intolerancia y el fanatismo.
"Siendo él mismo el menos fanático de todos los
hombres, un espíritu acaso no de suprema categoría
pero del saber más dilatado, un corazón no mugiente
de bondades pero de proba benevolencia, veía Erasmo en
toda forma de intolerancia de opiniones el pecado original de
nuestro mundo. En su opinión, casi todos los conflictos
entre hombres y entre pueblos podían ser resueltos sin
violencia, mediante mutua tolerancia, porque todos caen dentro de
los dominios de lo humano; casi toda conflagración
podía resolverse por medio de árbitros si los
incitadores y exaltados de una y otra parte no dieran
tensión al arco de la guerra… No puedo hacer otra
cosa si no odiar la discordia y amar la paz y la
comprensión entre las gentes; pues he reconocido lo
obscuros que son todos los asuntos humanos." (Erasmo de
Rotterdan, triunfo y tragedia, de Stefan Zweig). En nuestro
país, la adecuada difusión de los derechos
constitucionales, particularmente del derecho a la diferencia,
resulta fundamental para que nuestra comunidad política
alcance y mantenga niveles plausibles de justicia social,
estabilidad y legitimidad. En este sentido, Estanislao Zuleta nos
dice lo siguiente:
"Un síntoma inequívoco de la
dominación de las ideologías proféticas y de
los grupos que las generan o que someten a su lógica
doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el
descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere
saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia
de normas universales. Estos valores aparecen más bien
como males menores propios de un resignado escepticismo, como
signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas.
Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia
allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la
gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las
relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la
diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no
se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad
exaltada, transparente y espontánea, o en una
fusión amorosa.
No se puede respetar el pensamiento del otro,
tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus
consecuencias, ejercer sobre él una crítica,
válida también en principio para el pensamiento
propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que
la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento
del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo
de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su
falsedad, sin que se requiera ninguna otra" (El elogio de la
dificultad)..
La tolerancia es el respeto de las opiniones y
prácticas ajenas, aun contrarias a las propias. Fernando
Savater señala que el derecho a la diferencia es lo que
comparten todos los diferentes y lo que, pese a sus diferencias,
los une. Así mismo, sostiene que éste es, sin duda,
respetable, pero tanto en lo que tiene de salvaguardar las
diferencias como en la exigencia de respetar un derecho que los
ampara a todos. La vida en comunidad le impone a la persona el
deber de respetar los derechos de los demás. Mientras
más piensen otros más posibilidades tengo yo de
pensar. Zuleta insiste en que todo derecho consiste en tratar
como iguales a individuos que son desiguales. Cuando nos tratamos
como iguales nos damos cuenta de nuestras diferencias.
Precisamente, Colombia, como "Estado social de
derecho" y República "democrática,
participativa y pluralista", debe ser el escenario propicio
para que la comunidad sea tolerante tal como lo contempla el
derecho a la diferencia. La Nueva Declaración Universal de
los Derechos Humanos (1998) precisa que todos tenemos
"derecho a obrar de acuerdo con nuestra conciencia"
(art. 6) y a expresar las "ideas de palabra, por escrito, o
en cualquier otra forma, realizar sus actividades con plena
autonomía y libertad" (art. 7), inclusive el
artículo 8 otorga el derecho a ser amados por los
demás.
El derecho a la diferencia se relaciona con la
alteridad, la cual no sólo reconoce al otro como diferente
sino como distinto. ¿Qué es alteridad? "Es ser
capaz de aprehender al otro en la plenitud de su dignidad, de sus
derechos y, sobre todo, de su diferencia. Cuanta menos alteridad
existe en las relaciones personales y sociales, más
conflictos suceden" (www.adiltalcom.br). El reconocimiento de la
alteridad facilita la coexistencia entre la extrema rareza y la
reciprocidad. El temor del primer contacto, contrariamente a
nuestra expectativa, no elimina al otro sino que lo
refuerza en su ser. "El otro no viene tratado como un
obstáculo ante mis deseos, o como medio de
consecución de estos, sino como la misma condición
de posibilidad de que yo, dinámicamente, pueda vivir como
un ser humano" (El hombre es un ser que se realiza en el
diálogo, de Javier Aranguren). Para decir yo necesito
un tú, sentenció Martín Búber.
"Descubrir un tú en el otro es romper la esfera del
egoísmo individualista (ya que el otro me mueve a
hablar)", señala Aranguren. La alteridad supone aceptar al
otro como diferente. "El hombre sólo llega a su propio ser
por conducto del otro, jamás por el solo saber. Llegamos a
ser nosotros mismos sólo en la medida en que el otro llega
a ser él mismo, a ser libre sólo en la medida en
que el otro llega serlo. De ahí que la
intercomunicación humana sea el problema central de
nuestra vida", nos aclara el filósofo Kart
Jáspers.
La práctica cotidiana del derecho a la diferencia
permitirá la generación de nuevos espacios de
tolerancia para que mejore la convivencia, por cuanto se
propiciarán escenarios de respeto por las ideas, los
pensamientos, las actitudes, las conductas, los ademanes, las
opiniones y la cosmovisión de las personas. En nuestra
convivencia tenemos que aceptar que no existen rivales o
enemigos, sino interlocutores válidos que piensan, sienten
y actúan en forma diferente. "Una forma de maltratar al
prójimo es no considerarlo un interlocutor válido.
Repudiarlo y no verlo como un otro legítimo en la
convivencia… Te cosifico en tanto no te reconozco
como sujeto, como un ser pensante con voz y voto. Aceptar al
otro como un sujeto válido es mirarlo como un fin en
sí mismo, como alguien que merece respeto y tiene
derechos, así no estemos de acuerdo. Respetar es tomar al
otro en serio, y tomarlo en serio es aceptar que tiene algo para
decir que vale la pena escuchar. Umberto Eco afirmaba que la
ética comienza cuando los demás entran en escena,
es decir, cuando nos vemos obligados a defender y fundamentar las
propias decisiones bajo la mirada ajena. Entonces ser
ético es descentrarse y ponerse en los zapatos del otro"
(Pensar bien, sentirse bien, de Walter Risso). Para los
intolerantes, los demás no son personas para amar sino
competidores a los que hay que ganarles y hay que tumbar. Si
respetamos la diferencia, además del evidente progreso en
las relaciones interpersonales y la disminución de los
conflictos, se abrirán escenarios para la
comunicación asertiva, empática, biunívoca;
es decir, una dialéctica, entendida como el arte de
dialogar, argumentar y discutir, en donde los interlocutores
experimenten un acto comunicativo que sea intercambio
recíproco y armónico de mensajes y no un canje de
agravios.
El reconocimiento del derecho a la diferencia y la
generación de escenarios donde se practique el
hábito de la comunicación auténtica, capaz
de interpelar a las comunidades, de inscribirse en su interior y
de dinamizar procesos que fortalezcan un proyecto consistente de
modernidad, son ingredientes de interés para la
convivencia. Este "proyecto consistente de modernidad",
según el comunicador social Campo Elías
Narváez Carranza, en su ensayo Hacia una Nueva
Pedagogía, debe permitir el florecimiento de
escenarios donde construir ciudadanía y generar procesos
de participación democráticos que sean la antesala
a una sociedad no tanto en permanente armonía celestial y
por tanto inexistente, sino en permanente conflicto y
tensión, pero capaz de convivir con la diferencia y con lo
diferente sin apelar necesariamente a la aniquilación
física, social o política del otro o de los otros.
José Saramago nos advierte que el "respeto por los
sentimientos ajenos es la mejor condición para una
próspera y feliz vida de relaciones y afectos" (El
viaje del elefante). William Ospina señala en su
libro ¿Dónde está la franja
amarilla? que en nuestro país desde hace mucho tiempo
se dio la tendencia a excluir y clasificar a los demás, a
los otros, con la concomitante generación de intolerancia
y de hostilidad social.
Reconocer el derecho a la diferencia, practicar la
tolerancia y experimentar la alteridad es vivir racionalmente,
vivir de acuerdo a los dictados de la razón, que es una
facultad intelectual del hombre que le permite pensar, discurrir
y juzgar, actuar acertadamente o distinguir lo bueno y lo malo,
lo verdadero y lo falso. La función de la razón
(que, según Kant, es una para todos los hombres) en la
práctica social "es la de instaurar un reino de libertad,
de justicia, de igualdad, de tolerancia, de paz
perpetua, de reconocimiento de la dignidad de la persona, de
respeto de los derechos humanos, de democracia política"
(Postmodernidad. ¿Ruptura con la modernidad?, de
Daniel Herrera Restrepo). Los ideales de la modernidad
(época a partir de la cual el hombre se debe guiar por la
razón, atreviéndose a pensar por sí mismo),
tal como los replantea Jurgen Habermas, deben estar "en
función de una nueva realidad social donde reine no la
arbitrariedad sino la tolerancia, el antidogmatismo, el
reconocimiento de la particularidad y singularidad de los
individuos y de las pequeñas comunidades, el respeto por
la pluralidad de formas de vida, de manifestaciones culturales,
de juegos del lenguaje… El reconocimiento de nuestra
contingencia, de nuestra pluralidad, de nuestras diferencias
constituyen de por sí la base para proponernos consensos
acerca de aquello que nos permitirá trascendernos,
humanizarnos y humanizar el mundo de nuestra vida cotidiana.
Ciertamente, no existe la igualdad. Es un ideal, Pero la igualdad
no es cuantitativa. Es razonable que existan razones para que en
el trato humano se den diferencias que no pueden ser demostradas
pero si argumentadas" (Postmodernidad. ¿Ruptura con la
modernidad?). Herrera Restrepo nos advierte que nuestro yo
sólo será reconocido como yo cuando descubra y
reconozca en el yo al otro y el otro descubra en sí a mi
yo.
El diálogo
sincero
La relación de comunicación soberana y por
excelencia es el diálogo; no el seudodiálogo
manipulador y sometedor, sino el auténtico diálogo
entre iguales, participativo, en plena libertad, sin
maquinaciones ocultas o evidentes ni argumentos prohibidos. El
diálogo genuino sólo se puede dar en condiciones de
una verdadera democracia.
Algunos teóricos de la comunicación
plantean que es casi imposible el acuerdo, pero esto no implica
que el diálogo se tenga que interrumpir cuando los
hablantes disienten, controvierten o tienen posiciones
antagónicas. Si un diálogo no es objetivo, sincero,
veraz y ético, puede romperse con facilidad. El mundo
cotidiano nos presenta esquemas erráticos de
conversación, que muchas veces los aplicamos, sin el
debido cuestionamiento y la reflexión. Ello genera
distorsiones y malentendidos en la comunicación, que nos
involucran en conflictos. La diversidad degradada de los
conflictos ha estado animada por la degradación de los
lenguajes.Muchos conflictos surgen porque partimos del
principio de que el otro posee las mismas referencias
que nosotros, usa los mismos itinerarios de pensamiento y debe
saber lo queremos decir. Cuando nos comunicamos
con los demás, por lo general no tenemos
en cuenta esta selección de información,
tan aferrados como estamos a la creencia de actuar sobre la
misma realidad que el otro, esto es fuente de
incomprensión y malentendidos.
Cuando se dialoga es importante, además de
escuchar y comprender al otro, interpretar convenientemente lo
que el interlocutor quiere expresar, porque si no ocurre esto,
puede romperse la comunicación.El diálogo
auténtico requiere que se diga la verdad. "La verdad es
algo tan fundamental que no sólo se comporta como uno de
los problemas filosóficos por excelencia, sino que es
también una de las bases del comportamiento social humano.
No es posible establecer relaciones sociales significativas y
duraderas sin tener la facultad de confiar en un otro. Una vez
que la confianza se rompe, el establecimiento de relaciones con
otros significantes se vuelve bastante difícil. De este
modo, una vez que nuestro comportamiento comienza a basarse en
aspectos que poco se relacionan con la verdad, las relaciones
basadas en la confianza se rompen y poco queda de relaciones
sociales valorables" (¿Qué es la verdad?
www.misrespuestas.com). No sólo basta con decir la verdad,
lo realmente importante es no mentir. "El culto a la verdad por
la verdad misma es uno de los ejercicios que más eleva el
espíritu y lo fortifica… Pues el que no se
acostumbra a respetarla en lo pequeño, jamás
llegará a respetarla en lo grande". (Miguel de Unamuno).
Según Kant, la verdad hay que decirla por la razón
misma. "si hablemos, nos dice el Mentor interactivo de
Océano editorial, es para comunicar algo, y si lo que
decimos es mentira, entonces no comunicamos nada. La mentira
despoja de todo sentido al lenguaje". La veracidad, o
hábito de decir la verdad, es una virtud, y la
obligación de practicarla surge de un origen doble. (Por
verdad, si entrar en intrincadas profundidades
epistemológicas, se entiende que se trata de afirmar lo
que concuerda con la realidad, referir los hechos tal como
ocurrieron, que lo que se exprese esté en concordancia con
lo que se piensa o se siente. Esa sería la "verdad" que
tendremos que decir en el diálogo, porque la verdad como
valor, como ideal, es supremamente compleja e insondable. Porque:
¿Qué es la verdad? ¿Dónde está
la verdad? ¿Quién tiene la verdad?
¿Quién dice la verdad? ¿Cuál verdad?
¿La verdad lógica? ¿La verdad
ontológica? ¿La verdad de hecho? ¿La verdad
de razón? ¿La verdad pragmática? ¿La
verdad sintética? ¿La verdad analítica?
¿La verdad semántica? ¿La verdad de
Perogrullo? ¿La verdad verbal? ¿La verdad
apodíctica? ¿La verdad metafísica?
¿La verdad moral? ¿La verdad diacrónica?
¿La verdad sincrónica? Por esta razón es
mejor que entendamos la verdad en el sentido antes aclarado). En
primer lugar, puesto que el hombre es un animal social (como
diría Aristóteles), un hombre debe naturalmente a
los demás aquello sin lo que una sociedad no perdura. Pero
los hombres no pueden vivir juntos si no creen estar
diciéndose la verdad uno a otro. De ahí que la
virtud de la veracidad esté hasta cierto punto dentro del
capítulo de la justicia. La segunda fuente de la
obligación de veracidad surge del hecho de que el habla
tiene claramente la finalidad por su propia naturaleza de la
comunicación del conocimiento de uno a otro. Debe
utilizarse, por tanto, para la finalidad para la que está
naturalmente propuesta, y las mentiras deben ser evitadas. Pues
las mentiras no son meramente un mal uso, sino un abuso, del don
de la palabra, ya que, al destruir la confianza instintiva del
hombre en la veracidad de su prójimo, tienden a destruir
la eficacia de ese don. Según Aristóteles, la
mentira es el ocultamiento del ser bajo apariencias. El lenguaje,
plantea el filósofo José Ortega y Gasset, lo
definimos "como el medio que nos sirve para manifestar nuestros
pensamientos. Pero una definición, si es verídica,
es irónica, implica tácitas reservas, y cuando no
se la interpreta así, produce funestos resultados…
Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar
nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería
imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La
moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre,
el engaño resulta ser un humilde parásito de la
ingenuidad" (La rebelión de las masas). El
filósofo Martín Heidegger señala que el
único modo de llegar al ser es el lenguaje, pues
allí es donde habita. El lenguaje lo oculta o lo muestra
según su hablar. "El lenguaje no es un ente más,
digno del estudio de la ciencia; es nuestro vínculo con el
ser, vínculo propio de nosotros y propio del ser…
La lengua es la poesía originaria, en la que un pueblo
poetiza el ser." (Etimología de la verdad y verdad de
la etimología, de Jorge Alejandro Flórez
Restrepo. www.forodeeducación.com). En plano muy profundo
Javier H. Murillo nos dice que el lenguaje es el resultado de una
necesidad, la manifestación de un desbordamiento, de un
desequilibrio o una insatisfacción.
El diálogo se nutre del debate y la controversia,
y es a través de éstos que surge la verdad. El
pluralismo democrático se evidencia en el debate y la
controversia. En este sentido, según el discurso del
presidente César Gaviria Trujillo (durante la clausura de
la Asamblea Constituyente de 1991), los debates francos no
serán criticados por generar conflicto. "Por el contrario,
se dirá con razón: ¡Bienvenido sea el
diálogo abierto, sin temas vedados, donde todos tenemos
algo que decir, donde todos tenemos el derecho a ser
oídos! En el ámbito de un diálogo
auténtico debe imperar la tolerancia para escuchar y
respetar ideas ajenas, sin abandonar las nuestras. Ello implica
que "todos podremos expresarnos libre y plenamente, que hemos
adoptado unas nuevas reglas de juego para que dejemos de pelear
como enemigos y pasemos a dialogar como contradictores". El
diálogo abierto posibilita un estilo armónico de
convivencia. "El enfrentamiento surge casi siempre de la
incomprensión, del encasillamiento de cada cual en su
posición y en su forma de ver las cosas, sin atender a los
problemas del otro. Una dinámica que haga posible una
buena convivencia pasa inevitablemente por el diálogo
abierto, por la predisposición a escuchar y a ponerse en
el lugar del otro, como única forma de una convivencia
viable" (Mentor interactivo).
Una persona con habilidades comunicativas debe vivir y
hablar con inteligencia (saber lo que hace o lo que dice),
prudencia (saber cómo, cuándo y dónde hacer
o decir algo) y naturalidad (actuar y hablar de manera
espontánea). Así mismo, en la comunicación,
se debe conocer la esencia del mensaje (qué es lo
qué se dice), su finalidad u objetivo (por qué se
dice) y la forma cómo se dice. Porque la verdadera
elocuencia consiste en decir todo lo necesario, y no decir
más que lo necesario.
Con respecto a la prudencia para hablar, el
filósofo Miguel Ángel Martí García
(en un ensayo titulado El arte de hablar bien)
señala que el aspecto más criticado es la
incontinencia verbal o la imprudencia verbal, tal vez por ser el
defecto más extendido. Son muchas las personas que se
dejan llevar por una forma exagerada por el deseo de hablar,
cayendo en todo tipo de incorrecciones y produciendo cansancio a
los que se ven obligados a escucharles. En cambio, son más
bien pocas las personas que se caracterizan por su prudencia y
oportunidad a la hora de comunicarse con los otros. En decir lo
que se tiene que decir y en escoger el momento oportuno
estribaría el arte de hablar, aunque para ser más
preciso, a estas condiciones habría que añadir el
hacerlo en términos apropiados. No todas las personas
cuentan con el número de vocablos suficientes para
expresar lo que quieren decir; de ahí la importancia de
poseer un vocabulario extenso, que pueda satisfacer nuestras
necesidades de comunicación. Como es lógico estas
necesidades no serán las mismas para un intelectual que
para quien no lo sea; de todas formas, si el vocabulario es muy
reducido, no cubre las exigencias mínimas que todo hombre
necesita, no sólo para comunicarse con los otros, sino
para entenderse a sí mismo, porque quien no posee la
palabra para mencionar el concepto que representa, es que de
alguna manera desconoce también el concepto y la realidad
que sustituye.
Por lo tanto, para hablar bien junto a la prudencia
y la oportunidad es necesario disponer de un
vocabulario apropiado. La prudencia y la oportunidad nos
garantizan que nuestros juicios, valoraciones, calificaciones, se
ajusten a la realidad, porque nuestras palabras no van más
allá de la realidad, y tampoco se quedan más
cortas, porque se da una perfecta adecuación entre nuestro
juicio de la realidad y la realidad misma. Si además
contamos con un vocabulario apropiado, esta adecuación no
se dará únicamente en el campo axiológico y
ético, sino también ontológico. Cada
realidad tendrá su palabra, con lo cual nuestra
conversación será exacta y evitaremos circunloquios
que hacen pesada la comunicación entre las personas.
Indudablemente encontrar a una persona que se exprese bien, con
fluidez, haciendo uso de un léxico amplio, es algo que
produce admiración, porque son muy numerosas las que lo
hacen de una forma deficiente. Unos porque son jóvenes, y
aquí habría que hacer mención expresa de los
adolescentes que, con su vocabulario tan reducido y sus
expresiones tan repetitivas, acaban construyendo un argot, que da
poco gusto escucharlo. Y otros porque carecen de cultura, y
tienen un vocabulario mínimo, que no les permite
expresarse con propiedad. Por eso producen admiración
quienes se expresan bien, y saben acudir a todos los recursos que
el lenguaje tiene como medio de comunicación. No se trata,
como es lógico, de ir pronunciando grandes discursos. Se
trata de decir lo que uno quiere decir con precisión, con
justeza, utilizando las palabras más adecuadas. En
definitiva, poner por obra el consejo de Quilón:
«Que tu lengua no corra por delante de tu
pensamiento».
El diálogo tiene relación con la
conversación, porque a través de ésta
podemos expresarnos, comprendernos, aclararnos, coincidir,
discrepar y comprometernos. En una conversación
auténtica cada uno busca convencer a su interlocutor o
interlocutores, pero también acepta poder ser convencido;
y es, en este propósito mutuo, como se construye la
autoafirmación de cada uno y la de todo el grupo. Por eso
la mentira deteriora toda comunicación.
Compromiso
ético y alteridad en la
comunicación
Hablar implica un compromiso ético. Como la
palabra es la expresión del pensamiento y de la identidad,
es fundamental primero pensar y luego hablar. El uso adecuado de
la palabra fomentará condiciones éticas de
convivencia social y de mayor tolerancia pública entre las
personas. Si "hablando se entiende la gente", es preciso
cuidar la palabra como cauce de la comprensión
recíproca, requisito primero de toda convivencia. Si no
podemos comprendernos es difícil la convivencia plena y
lograda, que implica intercambio armónico y
recíproco de ideas y proyectos comunes. Pero ese "axioma"
de que "hablando se entiende la gente" tenemos que
analizarlo con espíritu crítico, porque el pensador
José Ortega y Gasset, en su Rebelión de las
masas, nos advierte que "dóciles al prejuicio
inveterado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamos
tan de buena fe, que acabamos muchas veces por malentendernos
mucho más que si, mudos, procurásemos adivinarnos".
Así mismo, aclara que "más que un hombre, es
sólo un caparazón de hombre constituido por meros
ídolos del foro; carece de un «dentro», de una
intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se
pueda revocar. De aquí que esté siempre en
disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo
apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene
obligaciones…" (Los "ídolos del foro" son los
ídolos del lenguaje y la comunicación. En la
comunidad, en la interrelación e interacción con
los demás, en el foro, las cosas no son lo que son en
realidad, sino como dicen que son. Las palabras, instrumentos
primordiales de comunicación, se hallan cargadas de tantas
imprecisiones y ambigüedad que su uso implica
responsabilidad y pensar antes de hablar).
El filósofo Reynaldo Suárez Diaz, en su
libro Pensamientos para hombres libres, nos dice que
desde que nacemos nos sumergimos en una sociedad, vivimos con
otros, dependemos de otros. "Mi vida misma, mi existencia, supuso
la alteridad, la unión de dos seres. El hombre no se da a
sí mismo el ser, lo recibe; no tiene generación
espontánea, nace de otros. El otro es un constitutivo
esencial de mi existencia y una necesidad para toda actividad
humana. Pienso. Pero ¿qué pienso? Todo pensamiento
supone un objeto. No hay lenguaje ni comunicación sin
interlocutor. Existimos con alguien". Sabiamente, el
filósofo Gottlieb Fichte aclara que el hombre sólo
se convierte en hombre con otros hombres. Para ser hombres hay
que ser varios.
Fernando Savater en el capítulo séptimo de
Ética para Amador ("Ponte en tu lugar") se refiere a la
importancia ética de ponernos en el lugar de los
demás. Como en el mundo no estamos solos, debemos aprender
a convivir con los otros sin importar cómo piensen. "Lo
que a la ética le interesa, lo que constituye su
especialidad, es cómo vivir bien la vida humana, la vida
que transcurre entre humanos". Por el hecho de existir
necesariamente tenemos que convivir con otras personas. "Lo que
hace humana a la vida es el transcurrir en compañía
de humanos, hablando con ellos, pactando y mintiendo, siendo
respetado o traicionado, amando, haciendo proyectos y recordando
el pasado, desafiándose, organizando juntos las cosas
comunes, jugando, intercambiando símbolos…" Esa
coexistencia lleva implícito el respeto otro, el obrar
bien. Es necesario el reconocimiento del otro, como persona
distinta a mí, como ser infinito en posibilidades. "Cuando
un ser humano me viene bien, nada puede venirme mejor".
Sólo podemos amarnos entre seres humanos. Debemos
procurarnos la felicidad y procurar la de los demás.
"¿Si cuanto más feliz y alegre se siente alguien
menos ganas tendrá de ser malo, no será cosa
prudente intentar fomentar todo lo posible la felicidad de los
demás en lugar de hacerles desgraciados y por lo tanto
propensos al mal?". Las personas deben ser tratadas como
personas. Cuando nos ponemos en su lugar, las estamos tratando
así. "Ponerse en el lugar del otro es algo más que
el comienzo de toda comunicación simbólica con
él: se trata de tomar en cuenta sus derechos. Y cuando los
derechos faltan hay que comprender sus razones". Todo hombre
tiene derecho a que se pongan en su lugar y comprendan su hacer y
su sentir. "Ponerte en el lugar del otro es tomarle en serio,
considerarle tan plenamente real como a ti mismo". Ponerse en
lugar de otra persona, no es sólo atender sus razones,
sino "participar de algún modo de sus pasiones y
sentimientos, en sus dolores, anhelos y gozos". Ponerse en el
lugar del otro, implica ser justo, tratar a los demás con
justicia. La justicia como virtud es la "habilidad y el esfuerzo
que debemos hacer cada uno -si queremos vivir bien- por entender
lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros". Para
vivir bien hay que ser justo y libre, pero nadie puede ser justo
y libre por nosotros. "Lo mismo que nadie puede ser libre en tu
lugar, también es cierto que nadie puede ser justo por ti
si tú no te das cuenta de que debes serlo para vivir bien.
Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay
más remedio que amarle un poco, aunque no sea más
que amarle sólo porque también es humano… y ese
pequeño pero importantísimo amor ninguna ley puede
imponerlo".
El filósofo Luís José
Álvarez González en su Ética
latinoamericana señala que la categoría de
alteridad se forma a partir del término latino alter, que
significa otro. Alteridad significa, por tanto, negación
de la mismidad que caracteriza a la totalidad cerrada. La
alteridad, como actitud, parte del reconocimiento del otro como
distinto al yo y de lo otro frente a lo mismo; supone aceptar que
existen diferentes mundos como totalidades de sentido, que yo no
poseo la verdad absoluta ni la raíz del derecho. El
significado de la alteridad se extiende en tres direcciones
diferentes, aunque complementarias. Primeramente la podemos
concebir como búsqueda de lo otro, en el sentido de
posibilitación. Se parte de la negación de lo mismo
como horizonte de proyección; de que existen siempre
nuevas posibilidades para la realización del hombre.
Éste, como ser histórico, puede asumir dos
actitudes opuestas frente a la historia: puede someterse a sus
fuerzas y dejarse arrastrar positivamente por ellas o, por el
contrario, hacerle frente y dirigirla, construirla. En segundo
lugar, la alteridad implica apertura al otro, como actitud de
fraternización. Aceptar la realidad de otro exige que nos
abramos a él, que comprendamos y acojamos su realidad, que
nos pongamos al servicio de su vida. Cobra así el amor su
pleno sentido como búsqueda desinteresada de la
realización del otro. La solidaridad es auténtica
cuando está cimentada sobre este espíritu de la
alteridad, cuando parte de la igualdad de todos frente a la vida
y desde esa igualdad decide ayudar al desfavorecido para que
recobre su dignidad de vida. En tercer lugar, la alteridad nos
lleva a tomar conciencia de nuestro ser-otro frente a las
totalidades que pretenden uniformar o anular las diferencias.
Implica una actitud de identificación. Los grupos
dominados cobran conciencia gracias a ella de lo que en realidad
son como grupo o como pueblo, de su verdadera identidad son como
pueblo, de su verdadera identidad histórica. Para alcanzar
una vida auténtica y de libertad, es necesario optar por
la alteridad del propio ser personal, como individuo. Y del ser
de nuestro pueblo, como colectividad.El acto comunicativo nos
exige reconocer al otro. La palabra tiene la connotación
de reconocer al otro. Reconocer al otro significa permitir
que el otro entre al colectivo. La palabra no debe agredir
al otro. Debemos acercarnos al otro a través de una
comprensión del otro. En el diálogo se debe tener
claro que el otro no es mi esclavo o que me va a engañar.
"No se habla para convencer al otro de algo o para sacar
algún provecho oculto, sino que hablamos los amigos porque
nos enriquecemos mutuamente en un ámbito de
donación natural" (Aristóteles). Javier Aranguren
indica que en el diálogo es posible la solidaridad,
evitando mirar por encima del hombro al otro que dialoga; es
posible el desinterés, entendido no como indiferencia ante
las consecuencias de mis actos, sino como capacidad de apreciar
al otro en lo que es y no por los beneficios que me reporte. El
saber no da lugar a la agresión, porque la agresión
con la palabra tiene demasiadas implicaciones negativas que
conllevan a una accidentalidad del diálogo, y cualquier
relación entre los hombres que acabe por anular el
diálogo, de acuerdo con Speaman, anula también su
propia condición de relación humana: es una farsa
de humanidad. La auténtica realización no se da a
partir del ocultamiento del rostro del otro, o del silenciamiento
de la palabra del otro; todo lo contrario, se da en la
revelación del rostro del otro, en la escucha de su
palabra, en el compartir su propia realización. Si no
reconocemos al otro, viviremos en soledad e indiferencia, y
éstas, según Javier Aranguren, "son una vía
de anulación del diálogo, y con ello de más
propiamente definitorio de lo humano: es la pérdida de la
ejecución práctica de la racional (discurso,
lenguaje, diálogo)".Cuando creemos que se nos contradice,
pensemos si más bien se nos quiere decir algo diferente.
Sólo quien mira con nuevos ojos descubre distintas
versiones de la realidad que amplían el
horizonte.
Reconocer al otro como persona implica intentar
descubrir el sentido de lo que hace y soporta, de lo que parece
pasarle, de lo que lo perturba, de lo que lo hace sentirse
incómodo o de mal humor. Es tomar conciencia de que
compartimos un mundo común en el que, como posibilidad del
nosotros, se funda el sentido de la experiencia comunicativa en
la que se desvela críticamente lo que hay en nosotros de
mezquino y de elevado, de bueno o de malo. Sólo así
de vivencia la verdadera alteridad como reconocimiento y
aceptación del otro como un ser distinto a mí, un
ser infinito en posibilidades al igual que yo. La alteridad, que
nos facilita la vida en comunidad, se relaciona con la
generosidad. "Sólo existe generosidad en la medida en que
percibo al otro como otro y la diferencia del otro en
relación a mí. Entonces soy capaz de entrar en
relación con él por la única vía
posible, porque, si salgo de esa vía, caigo en el
colonialismo, voy a querer ser como él o que él sea
como yo -la vía del amor, si quisiéramos utilizar
una expresión evangélica; la vía del
respeto, si queremos usar una expresión ética; la
vía del reconocimiento de sus derechos, empleando una
expresión jurídica; la vía del rescate del
realce de su dignidad como ser humano, si queremos utilizar una
expresión moral. O sea, eso supone la vía
más corta de la comunicación humana, que es el
diálogo y la capacidad de entender al otro a partir de su
experiencia de vida y de su interioridad"
(www.adital.combr).
El reconocimiento del otro como diferente implica la
aceptación de los demás, permitiendo que sea
él mismo, sin que tratemos de imposibilitar su proyecto
existencial, porque en nuestra sociedad de intolerancia
sólo reconocemos a los otros si son iguales a nosotros; si
es diferente sólo lo dejamos pasar de largo como si no
existiera. Tenemos, por el contrario, que reconocer que el otro
es diferente y, por tanto, tener sus creencias religiosas, su
concepción del bien, del mal, de la justicia, de la
igualdad, de la belleza, de la libertad, de la verdad, de la
amistad o del amor, su cosmovisión, sus niveles de
conciencia, tener partido político, tener ideales,
valores, principios, vicios, virtudes y emociones, preferencias
por cualquier equipo deportivo, etcétera. Basta que
estemos de acuerdo con los otros en unos mínimos
principios de convivencia como son los derechos
humanos.
Toda persona, como ser único e irrepetible, libre
y autónomo, como ser en el mundo, como ser que coexiste y
como ser que se comunica, realiza su humanidad de acuerdo con su
situación, más o menos semejante, pero jamás
idéntica. Ésta va haciéndose como ser
histórico al enfrentarse a los acontecimientos para crear
nuevas formas de vida y socialización. El fundamento de
esta opción es la alteridad o búsqueda del "otro",
que es también búsqueda de lo nuevo, de lo
diferente, a fin de formar nuevas posibilidades de convivencia
para destruir el hábito de la repetición y de la
resignación. Este cometido presupone que la persona
responsablemente trascienda todos los determinismos que le impone
el medio, buscando su desarrollo físico e intelectual,
despertando y avivando sus propias potencialidades como individuo
libre y como ser social, y, luego, como ser personal. El valor de
la persona se concreta cuando ésta toma conciencia del
"otro" o alteridad, lo que presupone la aceptación de
otras realidades distintas a aquélla, de otros individuos
concretos que son seres personales, o que están
también en vías de personalización. La
persona por su condición natural de ser un ser gregario,
necesariamente tiene que coexistir, vivir con "otros", con el
"otro", y el "otro" es todo aquello que "no soy yo". La alteridad
"se aplica al descubrimiento que el "yo" hace del "otro", lo que
hace surgir una amplia gama de imágenes del "otro, del
"nosotros", así como visiones del "yo" (Diccionario de
filosofía latinoamericana.
www.ccydel.unam.mx)
La alteridad tiene estrecha relación con la
justicia, que también se nos presenta como un ingrediente
de la práctica comunicativa dentro del sistema
democrático. Justicia, además de ser entendida como
un asunto de distribución o administración,
"significa el reconocimiento del otro como en cuanto otro
(alteridad-fin), como entidad con derecho a la vida y a su
realización. En el sentido de darle a cada uno lo que se
merece, no es un imperativo coercitivo, sino la afirmación
de los otros, de la alteridad; es un enunciado ético que
debe materializarse en el derecho a la vida de los
demás… la justicia exige todas las condiciones
materiales para que todos los individuos se realicen como fines"
(Introducción a la filosofía, de Eudoro
Rodríguez Albarracín). Todos tenemos necesidad de
justicia para nuestra autorrealización. "La justicia es
una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para
la asociación política, y la decisión de lo
justo es lo que constituye el derecho" (Aristóteles).
"El bien ético es el sí al otro y, por lo
tanto, es justicia", señala el filósofo
Enrique Dussel. ¡Bienaventurados los que tienen hambre
y sed de justicia, porque ellos serán saciados!",
dice la Biblia.
En el diálogo es necesario el reconocimiento
sincero de la condicionalidad recíproca, de su alteridad.
Los versos del Nobel de literatura Octavio Paz así lo
sugieren: "Para que pueda ser he de ser otro. / Salir de
mí, buscarme en los otros. / Los otros que no son si yo no
existo, / los otros que me dan plena existencia".
LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DE LA
COMUNICACIÓN
Uno de los graves problemas de nuestra sociedad obedece
a un deterioro de los lenguajes colectivos, y cómo los
medios de información están contribuyendo a
degenerar la representación colectiva de vida social y de
vida ética. Hay comunicadores que alimentan el acto
violento a través de la palabra. Mientras no reconozcamos
los vínculos que hay entre la palabra y lo que ella
implica para los oyentes, existe una forma irresponsable de
asumir el decir. Hay una diferencia entre lengua y lenguaje. La
lengua tiene que ver con un signo de identidad cultural,
territorial, política, etcétera El lenguaje es lo
que consiste, lo que conlleva, lo que construye la
comunicación. Para que haya comunicación no
necesariamente tiene que haber palabras. Puede haber una
agresión, sin una sola sílaba o puede haber un
admiración, un reconocimiento, sin una sola sílaba.
La expresión de las palabras, la expresión de los
acuerdos, no siempre está animada semánticamente;
es decir, el problema no es el significado de la expresión
"común acuerdo", el problema son los intereses que
subyacen a esa expresión. El juego entre el lenguaje y la
palabra es el que permite que nos definamos como sujetos
políticos. Una de las problemáticas en
política es la inadecuación entre la palabra y sus
contenidos. RELACIONES PERSONALES Y
COMUNICACIÓN
John Powell, en su libro ¿Por qué temo
decirte quién soy?, nos dice que en las relaciones
humanas es fundamental la comunicación. Todos necesitamos
comunicar ideas, opiniones, esperanzas, sentimientos,
etcétera. Debemos hacerlo bien para hacer más
agradable nuestra convivencia. Una comunicación inadecuada
genera malos entendidos, frustraciones, desperdicio de tiempo,
explicaciones inacabables y alienación de los
demás.
No existen personas perfectamente acabadas o terminadas,
porque ser persona implica necesariamente hacerse
persona, existir en proceso. Si yo soy algo como persona,
ese algo es lo que yo pienso, juzgo, siento, valoro, respeto,
estimo, amo, temo, deseo, espero, creo y me
comprometo.
Todo conocimiento y maduración personal, al igual
que todo deterioro y regresión personal, pasa a
través de nuestras relaciones con los demás. Lo que
yo soy, en cualquier momento dado del proceso de mi hacerme
persona, vendrá determinado por mis relaciones con los que
me aman o se niegan a amarme y con aquellos a los que yo amo o me
niego a amar.
Lo seguro es que una relación sólo
será buena si es buena la comunicación en que se
basa. Si somos capaces de decirnos con toda sinceridad el uno al
otro quiénes somos, es decir, qué es lo que
pensamos, juzgamos, sentimos, valoramos, respetamos, estimamos,
amamos, tememos, deseamos y esperamos, en lo que creemos y con lo
que nos comprometemos, podremos ambos crecer. Entonces
podrá cada uno de nosotros ser lo que realmente es, decir
lo que realmente piensa y expresar lo que realmente ama. Este es
el verdadero sentido de la autenticidad como persona: que mi
exterior refleje verdaderamente mi interior. Lo cual significa
que yo puedo ser sincero en la comunicación de mi persona
con los demás, pero que no puedo hacerlo a menos que mi
interlocutor me ayude. Sin su ayuda, yo no puedo crecer ni ser
feliz ni estar realmente vivo.
Tengo que ser libre y expresar mis pensamientos, hacer
saber mis opiniones y mis valores, exponer mis miedos y mis
frustraciones, reconocer mis fallos y compartir mis
éxitos, antes de poder estar realmente seguro de lo que
soy y de lo que puedo llegar a ser. Debo ser capaz de decir
quién soy antes de poder saberlo. Y debo saber
quién soy antes de poder obrar auténticamente, es
decir, de acuerdo con mi verdadero yo.
De algún modo misterioso y casi indefinible, la
otra persona se convierte en un ser especial a mis ojos, en una
parte de mi mundo y en una parte de mi propio yo. En cuanto ello
es posible, yo entro en el mundo de su realidad y él entra
en el mundo de mi realidad. Se ha producido una especie de
fusión, aun cuando cada uno de nosotros sigue siendo su
propio e inconfundible yo.
Yo me abro a mí mismo para el otro y abro mi
mundo para que pueda entrar; y él se abre a sí
mismo para mí y me abre su mundo para que también
yo pueda entrar. Yo le permito experimentarme como persona, en
toda la plenitud de mi ser personal, y él me ha permitido
a mí experimentarme de la misma manera. Y por eso debo
decirle quién soy y él debe hacer lo mismo
conmigo.
La vida humana tiene sus leyes, y una de ellas es
ésta: debemos usar las cosas y amar a las
personas. Pero aquel que vive la vida exclusivamente
instrumentalizando o cosificando a los demás, no tarda en
descubrir que ama las cosas y usa a las personas. Y esto
significa una auténtica sentencia de muerte para la
felicidad y la realización humana. En consecuencia, al
establecer cualquier vínculo con una persona hay que verla
siempre como un fin y nunca como un medio. Este ideal plantea que
ningún hombre debe ser un medio para que otro hombre
realice sus fines, y que la persona siempre será un fin y
nunca un medio. En este sentido no importa sólo lo que se
haga, sino la motivación de fondo de quien actúa.
Aristóteles recomendaba que en todas las cosas es preciso
preferir siempre lo que conduce a la realización del fin
más elevado.
Niveles de la
comunicación
La comunicación tiene varios niveles. Jhon
Powell, en el precitado libro, precisa que a medida que
evolucionan esos niveles, se perfecciona ésta y se
facilitan las relaciones interpersonales.
1º. Comunicación "tópica".
Este nivel representa la más débil respuesta al
dilema humano y el más bajo nivel de
autocomunicación. Puede decirse que no hay
comunicación alguna, a menos que sea por puro accidente.
En este nivel, hablamos con frases hechas, tales como:
"¿Cómo estás?" "¿Cómo
está su familia?" "¡Muy lindo su vestido!". En
realidad no queremos decir casi nada de lo que, de hecho, decimos
o preguntarnos. Las personas no comparten nada en
absoluto.
2º. Comunicación "hablar con
otros". En este nivel no nos aventuramos demasiado lejos de
la prisión de nuestro aislamiento para adentrarnos en la
verdadera comunicación, porque no revelamos casi nada de
nosotros mismos. Nos contentamos con referir a otros lo que ha
dicho fulano o lo que ha hecho mengano. Pero no hacemos
ningún comentario personal, autorevelador, sobre tales
hechos, sino que nos limitamos a referirlos. Ni damos nada de
nosotros ni pedimos nada de los otros a cambio.
3º. Comunicación de "mis ideas y mis
opiniones". En este tercer nivel ya comunico algo de mi
persona. Estoy dispuesto a dar ese paso, para salir de mi
solitaria reclusión, y a asumir el riesgo de referirte
algunas de mis ideas y revelarte algunas de mis opiniones y
decisiones. Quiero estar seguro de que vas a aceptarme con mis
ideas, mis opiniones y mis decisiones.
4º. Comunicación de "mis
sentimientos". Las cosas que más claramente me
diferencian y me individualizan respecto de los demás, que
hacen que la comunicación de mi persona sea objeto de un
conocimiento realmente único, son mis sentimientos o
emociones. Si deseo realmente que sepas quién soy yo, debo
hablarte con sinceridad, con claridad. Si sólo te hago
saber el contenido de mi mente, estaré ocultándote
una gran parte de mí mismo, especialmente en aquellas
áreas en las que soy más genuinamente persona,
más individual, más profundamente yo
mismo.
5º. Comunicación "cumbre". Toda
amistad profunda y auténtica, y en especial la
unión de quienes están casados, deben basarse en
una transparencia y una sinceridad absolutas. Entre amigos
íntimos, o en el matrimonio, ha de darse de vez en cuando
una comunión emocional y personal total y absoluta. Ambas
personas experimentarán una empatía mutua casi
perfecta: yo sé que mis reacciones son totalmente
compartidas por la otra persona, y en ella se reduplica
perfectamente mi felicidad o mi aflicción.
La comunicación "cumbre" requiere de unas reglas
indispensables para que sea el nivel más óptimo de
comunicación. Si la amistad y el amor humano han de
madurar entre dos personas, debe darse entre ambas una absoluta y
sincera revelación mutua, y esta clase de
autorevelación sólo se consigue mediante una
comunicación sincera, transparente. Una de las más
gratas experiencias del ser humano es encontrar un amigo sincero;
cuando tengamos la inmensa fortuna de encontrarlo, podremos
sentirnos plenamente satisfechos de contar con un ser tan
grandioso: un amigo.
Una comunicación sincera da lugar a una verdadera
y auténtica relación (un verdadero encuentro entre
personas); no sólo un encuentro en el que
únicamente va a darse una comunicación mutua entre
personas, con el consiguiente compartir u experimentar
recíprocamente el ser personal de otro, sino que va a
desembocar en un sentido cada más claramente definido de
la identidad de cada una de las partes de la relación.
Así mismo, la comunicación sincera o transparente
consiste en que, al haberme comprendido a mí mismo por
haberme comunicado, constataré cómo mis pautas de
inmadurez se transforman en pautas de madurez:
cambiaré.
Si una persona entabla una relación sin la
determinación de comportarse con la absoluta sinceridad y
transparencia, entonces no hay amistad ni crecimiento posible; lo
único que habrá será, más bien, una
especie de asunto superficial que podríamos tipificar en
las riñas, las malas caras, los celos, los enfados y las
acusaciones propias de adolescentes. Comparto con el
filósofo Miguel de Unamuno que la suprema virtud de un
hombre debe ser la sinceridad. "El vicio más feo es la
mentira, y sus derivaciones y disfraces, la hipocresía y
la exageración. Preferiría el cínico al
hipócrita, si es que aquél no fuese algo de
éste. Abrigo la profunda creencia de que si todos
dijésemos siempre y en cada caso la verdad, la desnuda
verdad, al principio amenazaría hacerse inhabitable la
tierra, pero acabaríamos pronto por entendernos como hoy
no nos entendemos. Si todos, pudiendo asomarnos al brocal de las
conciencias ajenas, nos viéramos desnudas las almas,
nuestras rencillas y reconcomios todos fundiríanse en una
inmensa piedad mutua. Veríamos las negruras del que
tenemos por santo, pero también las blancuras de aquel a
quien estimamos un malvado" (Verdad y vida).
La comunicación óptima, la
comunicación sincera, la comunicación transparente,
requiere de saber escuchar. Muchas personas se consideran
tímidas, calladas o muy nerviosas cuando están en
grupo con otras personas, porque creen que no tienen nada
importante qué decir. Pero para ser un buen "conversador"
no necesariamente se tienen que tener muchas cosas importantes
qué decir, lo verdaderamente importante es saber escuchar.
Es mejor permanecer callado cuando no hay nada importante que
decir. El secreto para resultar verdaderamente interesante es
saber escuchar. Cuando uno escucha con real afecto a las personas
que nos hablan, cuando uno trata de ponerse en el lugar de ellas
cuando nos hablan, cuando con nuestra actitud estemos diciendo
"¡cuéntame más!"; entonces los demás
se abrirán con toda sinceridad y empezarán a
considerarnos "conversadores" interesantes.
Tipos de
comunicación
Según el profesor Samuel Arango, la
comunicación como fenómeno humano se mueve en
diferentes tipos, todos ellos decisivos en el momento actual de
la humanidad.
Comunicación consigo mismo. Existe
una tendencia, resultado de las diversas crisis modernas, a
regresar a los viejos principios del "Conócete a
ti mismo". El mundo pide un regreso a la
filosofía elemental y clásica del desarrollo
personal como base del desarrollo social. El hombre debe
aprender de nuevo a comunicarse consigo mismo, a
interiorizarse, a llevar una vida que lo proyecte más
allá del simple espacio físico. Debe asumir
procesos de comunicación interior, esenciales para su
desarrollo.Comunicación humana. Sin duda que
una de las grandes problemáticas de la humanidad
está relacionada con los procesos de
comunicación humana, interpersonal. Es necesario
profundizar en este proceso en el cual cada ser humano, luego
de reconocerse a sí mismo, valorarse, autoestimarse,
elabora un proceso semejante con los demás seres que
le rodean. Debe aprender a conocer a otros, a valorarlos, a
estimarlos, a respetarlos, a manejar las diferencias con
dignidad. nuevos procesos de comunicación con base en
la interrelación respetuosa y edificante de hombres
nuevos.Comunicación social. Cuando entran
en juego los medios de comunicación, nuevamente el
hombre debe plantearse su papel, su responsabilidad para
crear un mundo mejor. Los medios manejados con criterios
humanos y humanistas en cuyo caso el protagonista es el
hombre como tal. La noticia dejará de ser fría
e insignificante cuando los actores sean personas inmersas en
un mundo de interrelaciones.Comunicación intercultural. La aldea
global es un hecho dado por la economía del nuevo
milenio. El hombre tiene que aprender a comunicarse con
diferentes culturas de tal manera que el entendimiento se
amplíe y se respeten las grandes diferencias. Se
desarrollan nuevos esquemas comunicativos que permitan
interacción de culturas muy dispares. Un pensamiento
amplio, generoso, abierto a lo universal.
LA FUERZA DE LA RAZÓN EN LA
COMUNICACIÓN
Cuando hablamos o escuchamos conversaciones es frecuente
oír que los interlocutores digan: "Tiene toda la
razón". "No tiene la razón". "Fulano tiene la
razón". "Perencejo no tiene la razón". Pero
¿qué es la razón? La razón es una
facultad intelectual de toda persona que le permite pensar,
discurrir y juzgar, actuar acertadamente o distinguir lo bueno y
lo malo, lo verdadero y lo falso. La razón es un conjunto
de hábitos deductivos, tanteos y cautelas, algunos
dictados por la experiencia y otros basados en pautas de la
lógica. La combinación de todos ellos constituye
una facultad capaz de establecer o captar las relaciones que
hacen que las cosas dependan unas de otras, y estén
constituidas de una determinada forma y no de otra.
La razón también es un procedimiento
intelectual crítico que utilizamos para organizar la
información recibida, los estudios realizados o las
experiencias que tenemos, aceptando unas cosas y descartando
otras, intentando siempre vincular mis creencias entre sí
con cierta armonía. Es una facultad capaz, en parte, de
establecer o captar las relaciones que hacen que las cosas
dependan unas de otras, y estén constituidas de una
determinada forma y no de otra. Lo característico de la
razón es que nunca es exclusivamente mi razón. La
razón es universal porque todos los seres humanos la
poseemos, y que la fuerza de la convicción de los
razonamientos es comprensible para cualquiera.
Una cosa es lo racional y otra lo razonable. Lo racional
es la búsqueda de los mejores instrumentos para
vérnosla con los objetos; lo razonable, el procedimiento
de tratar con sujetos a los que suponemos tan dotados de
intenciones respetables como nosotros mismos.
La razón puede servir de árbitro para
zanjar muchas disputas entre las personas. Esa facultad llamada
razón es precisamente lo que todos los humanos tenemos en
común y en ello se funda nuestra humanidad compartida. La
racionalidad es la superación del mundo de la pluralidad
hasta reducirlo a su fundamento. El razonamiento es el
instrumento del filósofo.
La razón nos permite revisar lo que sabemos,
compararlo con otros conocimientos, someterlos a examen
crítico, debatirlos con otras personas que puedan ayudarme
a entender mejor; buscar argumentos para asumirlos o refutarlos.
Nos sirve para examinar nuestros supuestos conocimientos,
rescatar de ellos la parte que tengan de verdad y a partir de esa
base tantear hacia nuevas verdades.
Una de las primeras misiones de la razón es
delimitar los diversos campos de la verdad que se reparten la
realidad de la que formamos parte. Nuestra vida abarca muchas
formas de realidad muy distintas y la razón debe servirnos
para pasar convenientemente de unas a otras.
Razonar no es algo que se aprende en soledad sino que se
inventa al comunicarse y confrontarse con los semejantes: toda
razón es fundamentalmente conversación. Razonar
consecuentemente exige la universalidad humana de la
razón, el no excluir a nadie del diálogo donde se
argumenta. Razonar es pensar, razonar es argumentar.
Utilizar la razón es buscar y
sopesar argumentos antes de dar como cierto lo que creemos saber.
La razón no exige nada especial para funcionar, ni fe, ni
preparación espiritual, ni pureza de alma o de
sentimientos, ni pertenecer a un determinado linaje o a
determinada etnia: sólo pide ser usada.
Quien sepa raciocinar (utilizar bien la razón)
podrá percibir la realidad de manera más objetiva.
Gracias a la dinámica del raciocinio la mente va
adentrándose cada vez más en el camino de las
ciencias hasta llegar a la verdad. El razonamiento es una
operación humana, consecuencia de la naturaleza del
conocimiento del hombre que no es de suyo intuitivo, sino que
necesita del discurso. Mediante esta actividad el entendimiento
pasa del conocimiento virtual al estrictamente efectivo, esto es,
de la posibilidad al hecho positivo del conocimiento
formal.
Cuando la fuerza se impone sobre los argumentos estamos
muy mal. Si hablamos del mundo racional desde el cual ejerce la
palabra, obviamente no podemos admitir que sea por la vía
de la violencia o por la fuerza que se obtengan esas peticiones,
que sea por la vía de las argumentaciones. En el
diálogo se debe imponer la fuerza de la razón, la
fuerza de los argumentos, no la fuerza del dogma, la fuerza del
condicionamiento. El filósofo Fernando Savater sostiene
que en una sociedad democrática, las opiniones de cada
cual no son fortalezas o castillos donde encerrarse como forma de
autoafirmación personal: tener una opinión no es
tener una propiedad que nadie tiene derecho a arrebatarnos.
Ofrecemos nuestra opinión a los demás para que la
debatan y en su caso la acepten a la refuten, no simplemente para
que sepan dónde estamos y quiénes somos. Y desde
luego no todas las opiniones son igualmente válidas: valen
más las que tienen mejores argumentos a su favor y las que
mejor resisten la prueba de fuego del debate con las objeciones
que se le plantean. No sólo tenemos que ser capaces de
ejercer la razón en nuestras argumentaciones sino
también desarrollar la capacidad de ser convencidos por
las mejores razones, vengan de donde vengan. No basta con ser
racional, es decir, aplicar argumentos racionales a las cosas o
hechos, sino que resulta no menos imprescindible ser razonable, o
sea escoger en nuestros razonamientos el peso argumental de otras
subjetividades que también se expresan racionalmente.
Según el jurista Gustavo Isaac González
(Filosofía del derecho), un argumento es la
expresión o manifestación externa del razonamiento,
una forma de diálogo, y eso constituye la esencia de la
dialéctica, para conseguir no la propia certeza sino la
convicción ajena, para defender un aserto, para evidenciar
una verdad, para refutar al adversario o rectificar su error, lo
mismo que para suplir la ignorancia.La mente adiestrada para
pensar bien tiene sus facultades analíticas y
críticas bien desarrolladas. La mente adiestrada para
discutir bien los tiene aún más agudizados. La una
requiere una tolerancia para los argumentos originada en el
tratar con ellos paciente y simpáticamente. El impulso
animal de imponer nuestras opiniones a los demás es
así controlado; aprendemos que la única autoridad
es la razón misma (los únicos árbitros en
cualquier disputa son las razones y las pruebas). No tratamos de
ganar autoridad mediante una discusión de fuerza y
peleando con quienes no están de acuerdo con nosotros. Los
verdaderos problemas no pueden ser resueltos por la mera fuerza
de la opinión; debemos apelar a la razón, no
depender de grupos de presión.
El filósofo Estanislao Zuleta, en su ensayo
Kant y la educación, precisa que Kant, que
asumió la razón como razón pura, como
práctica de la crítica y la demostración,
estableció los siguientes derechos y deberes de la
razón. Entre los derechos, tenemos: 1. No se le puede
prescribir una dirección ni imponerle límites a la
razón sobre lo que debería o no debería ser
objeto de su competencia. "Resulta contradictorio buscar ayuda en
la razón y, al mismo tiempo, prescribirle un partido, una
tesis, una doctrina". 2. La publicación y el debate. "La
razón debe tener la posibilidad de ser debatida por el
público… el derecho a publicar es incluso un
derecho esencial desde el punto de vista de las libertades
políticas. Reconoce que la libertad política no
puede consistir en el derecho a hacer cualquier cosa". En cuanto
a los deberes, precisa: 1. Ser consecuente. "Si las consecuencias
necesarias de la tesis de que hemos partido resultan
contradictorias o incluso absurdas, debemos abandonar dicha
tesis". 2. El debate consigo misma. Éste es un deber
permanente de la razón, porque de sí misma deben
surgir los argumentos contra la tesis que está
sustentando. 3. El principio de honestidad. "Consiste en no
presentar aquellos argumentos en los que no se creen en el fondo
y de los cuales uno mismo sospecha". Este principio debe regir
tanto en el debate con el otro y consigo mismo.
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